Cuentos para dormrir

El gato soñador

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El cuento que os traemos en esta ocasión nos lleva hasta un pequeño pueblo lleno de gatos. Allí vive Misifú, un gato un tanto especial que sueña con alcanzar la luna. Y es que a veces lo que tenemos alrededor, por bueno que sea, no nos basta y queremos siempre llegar más lejos, cambiar, alcanzar la luna. Este cuento habla de lo importante que es soñar y hacer todo lo posible para conseguir cumplir esos sueños.
¿Los cumplirá Misifú? Pues vas a tener que leer este entrañable cuento para descubrirlo. Como siempre, el texto es de María Bautista y en esta ocasión la ilustración es de Brenda Figueroa. ¡Qué lo disfrutéis!

Había una vez un pueblo pequeño. Un pueblo con casas de piedras, calles retorcidas y muchos, muchos gatos. Los gatos vivían allí felices, de casa en casa durante el día, de tejado en tejado durante la noche.
La convivencia entre las personas y los gatos era perfecta. Los humanos les dejaban campar a sus anchas por sus casas, les acariciaban el lomo, y le daban de comer. A cambio, los felinos perseguían a los ratones cuando estos trataban de invadir las casas y les regalaban su compañía las tardes de lluvia.
Y no había quejas…

Hasta que llegó Misifú. Al principio, este gato de pelaje blanco y largos bigotes hizo exactamente lo mismo que el resto: merodeaba por los tejados, perseguía ratones, se dejaba acariciar las tardes de lluvia.
Pero pronto, el gato Misifú se aburrió de hacer siempre lo mismo, de que la vida gatuna en aquel pueblo de piedra se limitara a aquella rutina y dejó de salir a cazar ratones. Se pasaba las noches mirando a la luna.
– Te vas a quedar tonto de tanto mirarla – le decían sus amigos.
Pero Misifú no quería escucharles. No era la luna lo que le tenía enganchado, sino aquel aire de magia que tenían las noches en los que su luz invadía todos los rincones.
– ¿No ves que no conseguirás nada? Por más que la mires, la luna no bajará a estar contigo.
Pero Misifú no quería que la luna bajara a hacerle compañía. Le valía con sentir la dulzura con la que impregnaba el cielo cuando brillaba con todo su esplendor.
Porque aunque nadie parecía entenderlo, al gato Misifú le gustaba lo que esa luna redonda y plateada le hacía sentir, lo que le hacía pensar, lo que le hacía soñar.
– Mira la luna. Es grande, brillante y está tan lejos. ¿No podremos llegar nosotros ahí donde está ella? ¿No podremos salir de aquí, ir más allá? – preguntaba Misifú a su amiga Ranina.
Ranina se estiraba con elegancia y le lanzaba un gruñido.
– ¡Ay que ver, Misifú! ¡Cuántos pájaros tienes en la cabeza!
Pero Misifú no tenía pájaros sino sueños, muchos y quería cumplirlos todos…
– Tendríamos que viajar, conocer otros lugares, perseguir otros animales y otras vidas. ¿Es que nuestra existencia va a ser solo esto?
Muy pronto los gatos de aquel pueblo dejaron de hacerle caso. Hasta su amiga Ranina se cansó de escucharle suspirar.
Tal vez por eso, tal vez porque la luna le dio la clave, el gato Misifú desapareció un día del pueblo de piedra. Nadie consiguió encontrarle.
– Se ha marchado a buscar sus sueños. ¿Habrá llegado hasta la luna?– se preguntaba con curiosidad Ranina…
Nunca más se supo del gato Misifú, pero algunas noches de luna llena hay quien mira hacia el cielo y puede distinguir entre las manchas oscuras de la luna unos bigotes alargados.
No todos pueden verlo. Solo los soñadores son capaces.
¿Eres capaz tú?
                                                                                                                                                                                                                        


El lobo no quiere ser el malo del cuento
¿Qué pasaría si el malo del cuento por excelencia, el temido lobo, una mañana se levantara con ganas de serel héroe del cuento? Seguro que se montaría un buen lío en el mundo imaginario de los personajes literarios…
Pero, ¿quién ha dicho que los malos no son a veces un poco buenos, y que los buenos no se comportan muchas veces de una manera mala? Parece un trabalenguas, pero no lo es. Es la historia de “El malo del cuento”

El malo del cuento

Cansado de ser siempre el malo de los cuentos, el lobo se levantó aquella mañana dispuesto a renunciar a su cargo. Se puso el traje de los domingos, se afeitó con esmero y se fue a la oficina de trabajo de personajes infantiles. En la oficina había un gran follón. El Gato con botas había intentado colarse y pasar antes que la Abuela de Caperucita y la Bruja de Blancanieves se había enfadado tanto que le había convertido en un ratón:
- ¡Qué poco respeto por los mayores! – había gritado encolerizada.
Los funcionarios de la oficina tardaron más de media hora en convencer a la Bruja de que devolviera al Gato a su forma original y por eso todo iba con mucho retraso aquella mañana. Cuando por fin gritaron su nombre, el Lobo, arrastrando sus pies, se sentó frente al oficinista.
– ¿Qué desea, señor Lobo? ¿Ha tenido algún retraso con su sueldo este mes?
– No, no, todo eso está perfecto. Lo que no está bien es el trabajo. Estoy cansado de ser el malo de los cuentos. De que los niños me tengan miedo. De que los demás personajes se rían siempre de mi cuando acaban quemándome, llenándome de piedras la barriga, o disparándome con una escopeta de cazador. ¡O me convierten en héroe o me marcho para siempre!
- Pero eso no podemos hacerlo. Para héroes ya tenemos a los príncipes.
– Pero eso es muy aburrido. ¿No ha oído las quejas de las princesas? Ellas también están hartas de ser unas melindres que siempre necesitan ser salvadas: los tiempos están cambiando, señor funcionario. A ver si se enteran en esta oficina de una vez…
Pero por más que el señor Lobo intentó convencer al operario, no lo consiguió, así que se marchó enfadado dispuesto a no trabajar nunca más.
Fue así como los cuentos se quedaron sin villano. El cerdito de la casa de ladrillos miraba con nostalgia la chimenea, Caperucita se enfadaba con la abuela porque no tenía los ojos, ni la nariz, ni la boca muy grande, los siete cabritillos esperaban aburridos en casa a que mamá apareciera, Pedro no asustaba a nadie con su grito de ¡qué viene el lobo! porque todos sabían que este se había ido para siempre.
Pero lo peor fue que, sin el señor Lobo, los cuentos dejaron de ser divertidos y los niños se aburrían tanto, que dejaron de leer.
Muy preocupados, todos los personajes infantiles se reunieron en la oficina de trabajo para intentar buscar una solución.
- Si los niños dejan de leer, pronto desapareceremos todos.
- Hay que convencer al señor Lobo de que vuelva a ser el malo de nuestros cuentos.
- Tenemos que prometerle que no volveremos a reírnos de él. ¡Le necesitamos!
Así que todos juntos fueron a visitarle. Cuando el Lobo vio que todos los personajes querían que volviera, se sintió conmovido.
- Está bien, veo que no me queda más remedio que aceptar que mi papel en los cuentos es ser el malo. Pero para regresar a la literatura necesito que me hagáis un favor: quiero que todos los niños sepan que en mi tiempo libre no voy por ahí comiéndome abuelas, ni cabritillos, ni cerditos.
– Pero, ¿cómo haremos eso? – preguntaron todos sorprendidos.
– Conozco un blog de cuentos infantiles que seguro que estarían interesados en esta historia – exclamó entusiasmado un conejo sin orejas.
Y fue así como la historia del Lobo que no quería ser el malo del cuento llegó hasta nosotros…


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farola_dormilona
El cuento a la vista de esta semana en Pequeocio no habla de hipopótamos bailarines, ni de conejos sin orejas, sino de una farola un poco perezosa, que prefiere quedarse durmiendo cuando el resto de sus compañeras comienza a trabajar. Eso nos pasa a muchos de nosotros…¡seguro!
La historia de esta farola viene de hace mucho, mucho tiempo. Nació de una redacción del colegio de cuando era solo una niña, como muchos de vosotros. Con el tiempo, la farola dormilona cambió de forma, pero la idea de aquel cuento infantil nacido sobre un pupitre de escuela permanece. Con el tiempo, además, se completó con la preciosa ilustración de Raquel Blázquez. Y quedó lo que quedó, esta historia sobre el día y la noche, y sobre la función que todos tenemos en la vida. ¡Espero que os guste mucho!

La farola dormilona

Las farolas, como buenas farolas, trabajaban por la noche y dormían por el día. Cerraban sus ojos cuando llegaba el sol, y dormían durante horas. Más tarde, cuando comenzaba a oscurecer, los ojos de las farolas, llenos de luz, se encendían para iluminar las calles.
Así era su vida y a todas les gustaba vivir así: de noche, en calles vacías, con toda la ciudad durmiendo y la luna en lo más alto presidiendo el cielo. A todas menos a una. Vivía en un parque de la ciudad y la llamaban la farola dormilona porque se pasaba la noche durmiendo y por el día, cuando nadie necesitaba de su luz, se mantenía encendida y brillante. Sus compañeras se pasaban el día regañándola:
– ¡Como sigas así acabarán por pensar que estás estropeada!
- No te das cuenta de que tu función es estar encendida por la noche…
- Claro, por el día no eres más que un gasto de electricidad innecesario.
La farola dormilona sabía que sus amigas tenían razón, pero no podía evitarlo. A ella le gustaba estar despierta de día, cuando la calle estaba llena de gente y de actividad, cuando los pájaros cantaban alegres y los niños correteaban por el parque.
- Pero es que la noche es tan aburrida… Nunca pasa nada, ni nadie…
Hasta que un día llegó al parque un viejo búho. Se había escapado del bosque porque sus ojos cansados ya no podían ver en la oscuridad como antes.
– Vete a la ciudad – le habían dicho sus amigos –. Allí siempre hay luz, incluso de noche.
Así que el viejo búho había cogido todas sus pertenencias, pocas, la verdad, pues no era animal de acumular cosas, y había llegado hasta el parque donde vivía la farola dormilona. Tal y como era su costumbre, durmió todo el día y por la noche, al abrir los ojos, se encontró con aquella cálida luz de las farolas. Tan feliz estaba con aquel resplandor que permitía ver a sus ojos gastados, que se puso a ulular.
Todas las farolas se pasaron días comentando la belleza y singularidad de aquel canto del búho, tan diferente a lo que habían escuchado hasta entonces. Todas, menos la farola dormilona…
– ¿Y de verdad es tan extraño ese canto?
- Es increíble, estoy deseando que llegue la noche solo para oírlo.
- Pero, ¿ese tal búho no puede cantar por las mañanas?
- No, si quieres escucharlo tendrás que quedarte despierta por la noche, como todas las demás.
Tanto le picó la curiosidad a la farola dormilona, que la siguiente noche, en contra de su costumbre, permaneció con sus dos ojos luminosos abiertos. Era la primera vez que se quedaba despierta y le sorprendió la belleza de la luna, el sonido de los grillos entre los arbustos y sobre todo, aquel canto profundo del viejo búho.
A la mañana siguiente estaba tan cansada, después de haberse mantenido despierta tantas horas, que no le quedó más remedio que dormir y dormir. Hasta que llegó la oscuridad y sus ojos se abrieron para iluminar la noche.
Y así, día tras día. Noche tras noche. Nadie volvió a llamarla la farola dormilona.


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09_Payasito
¿No os habéis levantado alguna vez con el pie izquierdo?… Y es que a veces, por mucho que uno lo intente, todo parece estar en tu contra.
Esto es exactamente lo que le ocurre al protagonista de nuestro cuento infantil de hoy: Claudio Tomares, un tipo con una profesión muy especial. Se trata de un  payaso al que, por mucho que todo se le ponga cuesta arriba, siempre llevará su sonrisa pintada en la cara.
Y no os cuento más. Tendréis que leer entero este cuento si queréis saber cómo acaba el ajetreado día de Claudio Tomares.
La ilustración es de Brenda Figueroa y el texto de María Bautista.

Cuento de “El ajetreado día de Claudio Tomares”

La enorme panza del payaso Claudio Tomares subía y bajaba al son de su pesada respiración (por llamar de alguna manera a sus fuertes ronquidos) cuando el despertador en forma de sol sonó estrepitosamente despertando a medio vecindario con su molesto rrrrrrrrrrring. A todo el vecindario menos a Claudio Tomares quien, acostumbrado a no despertarse con sus ronquidos (que parecían rugidos, todo sea dicho), el sonido del despertador pasó totalmente desapercibido.
Así que siguió sonando y sonando y sonando, ¡para desgracia de los vecinos que no paraban de escuchar aquel rrrrrrrrring molesto! Menos mal que en la casa de Claudio Tomares había otro habitante más: Nito, su perro salchicha, que harto de aquel sonido estridente se abalanzó hacia Claudio Tomares y comenzó a lamerle la cara.
- Puafff, Nito, deja ya de chuparme los mofletes, ¿no ves que estoy durmiendo? – dijo con voz cansada Claudio Tomares.
Y justo cuando se iba a dar la vuelta para seguir con sus sueños y sus ronquidos, el despertador en forma de sol, que se había tomado una pausa entre rrrrrrrrrrrrrrring y rrrrrrrrrrrrrrring, comenzó a sonar estrepitosamente. Claudio miró la hora, soltó una exclamación de fastidio:
- ¡Maldición! – exclamó mientras su enorme barriga chocaba con el suelo al tratar de salir de la cama a toda prisa. – ¡Es tardísimo!
Aquel era un día importante para Claudio Tomares: tenía un trabajo muy especial que hacer y no podía fallar. Pero el día no podía haber empezado peor. Ya no le daría tiempo a desayunar (con lo que le gustaba a Claudio Tomares desayunar) y tendría que vestirse a toda prisa. ¡Y vestirse como payaso no era una cosa que uno pudiera hacer en 5 minutos! Todo necesitaba su tiempo, sobre todo el maquillaje. Pero tiempo, justamente, era lo que no tenía Claudio Tomares: ¡¡llegaba tarde!!
Cuando por fin se arregló la peluca y se ató los cordones de sus enormes zapatones de payaso, Nito comenzó a mirarle con ojos lastimeros.
- Nitoooo, no me mires así. ¿No ves que llego tarde? Ahora no puedo sacarte al parque.
Pero tal era la cara de tristeza del pequeño perro salchicha que a Claudio Tomares no le quedó más remedio que buscar la correa y sacar a su perro al parque.
- Está bien, una vuelta rápida, Nito. Pero solo porque has sido tú el que me ha despertado, que si no…
Sin embargo Nito no tenía ninguna intención de dar una vuelta rápida. Olisqueó todas las flores, olisqueó todos los perros, olisqueó a todos sus dueños y cuando el pobre Claudio Tomares estaba a punto de perder la paciencia, levantó su pata y ¡listo!.
- ¿Ya has acabado? – Claudio Tomares no hacía otra cosa que mirar su reloj con desesperación.
Pero Nito no había acabado, aún le quedaba buscar un lugar perfecto para… bueno, para eso que hacen los perros en la calle y que nosotros hacemos en el baño. Y lo buscó, y lo buscó y lo buscó y cuando Claudio Tomares estaba a punto de perder la paciencia ¡lo encontró! Ahora ya podían volver a casa.
Claudio Tomares llevó a Nito corriendo a casa y corriendo volvió a la calle, y corriendo salió tras el autobús que hizo su aparición. Aunque Claudio Tomares y su enorme panza no eran grandes atletas, ambos, panza y payaso, consiguieron subirse justo a tiempo al autobús número 23 que les llevaba a su destino.
- ¡Qué suerte! Ahora ya nada puede salir mal. Voy a llegar puntual.
Pero Claudio Tomares no contaba con un pequeño gran contratiempo: el tráfico. Cuando doblaron la esquina de la calle principal el autobús 23 se paró en seco, rodeado de un montón de conductores malhumorados que no paraban de pitar y gruñir.
- ¡No voy a llegar nunca! ¿Qué hago?
Y aunque su panza, a la que no le habían dado de desayunar aquella mañana, se quejó ruidosamente y trató de impedirlo, Claudio Tomares tomó una decisión rápida. ¡Si quería llegar a su destino tenía que bajarse de ese autobús y correr!
Y así lo hizo. Pero claro, Claudio Tomares no estaba muy acostumbrado a correr (y no digamos ya su panza) así que pronto comenzó a sudar y a sudar. Su maquillaje comenzó a correrse por toda su cara y la peluca se le movió, tapándole parcialmente los ojos. Por eso Claudio Tomares no vio el puesto de globos de la esquina y se chocó con él.
- Mis globos, mis globos – exclamó enfadado el tendero.
- Lo sientoooo – exclamó Claudio Tomares, sin peluca y sin dejar de correr.
Claudio Tomares dobló la esquina y vio que estaba a punto de llegar a su destino. También se dio cuenta de que uno de los globos del puesto le había seguido. Se trataba de un enorme globo con forma de corazón y al verlo, Claudio Tomares sonrió: ya nada podía salir mal.
Y esta vez no se equivocó. Claudio Tomares entró por la puerta del hospital cinco minutos más tarde de lo que debía (solo 5 minutos, ¡menos mal!). Marcó el número seis en el ascensor y cuando las puertas de este se abrieron, vio a un grupo de niños con esos pijamas azules que le ponen a los enfermos observando con mirada triste los pasillos. De repente, uno de aquellos niños se dio cuenta de la presencia de Claudio Tomares y le gritó al resto.
- ¡¡Ha llegado!!, ¡¡el payaso ha llegado!!
Todas aquellas miradas tristes se iluminaron y los niños comenzaron a sonreír. Por un momento olvidaron el hospital, su cansancio, el dolor de sus operaciones y sus enfermedades y comenzaron a aplaudir tan fuerte que al lado de aquellos aplausos, los ronquidos de Claudio Tomares parecían simples suspiros.
El payaso buscó entre sus bolsillo su enorme nariz roja y tomó aire antes de empezar con su espectáculo de chistes, tropezones y carcajadas.
Para que luego le dijeran sus vecinos que el trabajo de payaso no era un trabajo serio


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El cuento de esta semana nos habla de una intrépida ranita que decidió marcharse a buscar la lluvia, que hacía meses que no aparecía por su querida charca. Este cuento, escrito por María Bautista e ilustrado porRaquel Blázquez, nos habla de lo importante que es luchar por conseguir aquello que necesitamos y no quedarse con los brazos cruzados cada vez que ocurre algo que no nos gusta.
Por eso veréis que, incluso lo más complicado, aquello que nos parece imposible, puede cambiarse con tesón, valentía y mucha fuerza. Fuerza como la que tiene Ritita, la protagonista de este cuento, y como espero que tengáis todos siempre.

Cuento a la Vista: La rana que fue a buscar la lluvia

Cansada de que llevara meses sin llover, la rana Ritita cogió su maleta a rayas, esa que le habían regalado una primavera y que no había utilizado jamás, y se marchó en busca de la lluvia.
El resto de ranas la observaron extrañada mientras se alejaba de la charca.
– ¿Cómo va a encontrar la lluvia? Eso no se encuentra, aparece y listo.
– Se va a otra charca, como el resto de animales. Encontrará otras ranas, otras amigas y nos olvidará.
– ¡Qué desagradecida!
Pero la rana Ritita no tenía pensado mudarse a otra charca. A ella le gustaba mucho la suya, al menos le gustaba mucho antes de la sequía, cuando todo florecía a su alrededor, cuando el agua se colaba en los recovecos más escondidos y te regalaba siempre imágenes maravillosas: una flor flotando sobre la charca, una libélula haciendo música con sus alas, un caracol tratando de trepar a una piedra, las arañas de agua moviéndose con la sincronización de unas bailarinas acuáticas.
Aquel lugar era su pequeño paraíso, el mejor sitio para ver pasar veranos, criar renacuajos y enseñarles a croar y croar. Sin embargo la terrible sequía que asolaba la zona estaba dejando sin agua la charca y en consecuencia sin animales, que no tenían más remedio que mudarse a otros rincones si quería sobrevivir.
Por eso una noche sin lluvia y sin estrellas (con una luna llena enorme), la rana Ritita había decidido ir a buscar la lluvia. Ella no quería huir como el resto, ella quería que todo volviera a ser como antes y para eso necesitaban la lluvia. Y si la lluvia no venía, ella tendría que buscarla.
La rana Ritita, con su maleta de rayas, se alejó de la charca con decisión.
– Voy a encontrar a esa lluvia vaga y perezosa que ha decidido dejar de trabajar. La voy a encontrar y encontrar y encontrar…
Pero fueron pasando las horas y en el cielo solo veía un sol brillante y cálido.
– ¡Maldito sol! – exclamó enfadada – No puedes tener tú siempre el protagonismo. ¿Dónde está la lluvia?
El sol, que no estaba acostumbrado a que le echaran semejantes regañinas, quiso esconderse, ¡pero no había ni una sola nube en el cielo!
– Lo siento mucho, rana Ritita. ¿Te crees que a mí me gusta trabajar cada día? Llevo meses sin librar, y eso es agotador. Pero no sé dónde está la lluvia. Deberías preguntar a las nubes.
– Y ¿dónde están las nubes?
– Pues hace mucho que no las veo también. Otras gandules que se han ido de vacaciones.
La rana Ritita y el sol se quedaron pensativos. ¿Dónde estarían las nubes?
– Lo mejor es que preguntes al viento. Él es el encargado de traerlas de un lado para otro, seguro que te puede decir algo.
Pero aquella tarde de primavera no corría ni una pizca de viento. La rana Ritita decidió seguir caminando hasta que encontrara al viento por si este podía decirle dónde estaban las nubes y estas donde estaba la lluvia. Por la noche, la rana Ritita llegó a la orilla de un río medio seco y sintió una ligera brisa.
– ¡Viento suave! ¡Por fin te encontré! Ando buscando a las nubes para que traigan lluvia a nuestra charca. ¿Sabes dónde pueden estar?
– Hace tiempo que no veo a ninguna nube. Lo mejor es que busques el mar. De ahí salen la mayoría de las nubes.
¡El mar! Pero eso estaba lejísimos, tardaría tanto… ¡Menos mal que en su maleta de rayas la rana Ritita guardaba un montón de cosas útiles. Por ejemplo un trozo de corcho hueco que le había regalado una vez un zorro al que le salvó de un cazador. El zorro le había dado aquel corcho para que lo usara como silbato si alguna vez necesitaba ayuda. ¡Ese era el momento! Se llevo el corcho hueco a los labios y silbó, silbó, silbó y silbó.
El zorro apareció al poco tiempo.
– ¡Querida rana Ritita! ¡Cuánto tiempo sin vernos! ¿Cómo estás?
La rana Ritita le contó lo preocupada que estaba por su charca y que por eso había salido a buscar la lluvia.
– ¡Te ayudaré! Súbete a mi lomo y agárrate fuerte. Llegaremos al mar en apenas unas horas.
La rana Ritita jamás había marchado a esa velocidad. Los árboles aparecían y desaparecían y las mariposas y los mosquitos se iban quedando atrás. ¡Qué buena idea haber llamado a su amigo el zorro!
Tal y como este había anunciado, en apenas unas horas llegaron a una pequeña montaña desde la que se podía ver el mar. Estaba amaneciendo y el sol (otra vez el sol) teñía de naranja el agua. ¡Era una imagen preciosa!
Ritita se despidió de su amigo el zorro y dando saltos llegó hasta la orilla del mar.
– Buenos días, señor mar. Ando buscando a las nubes para que nos traigan la lluvia que tanta falta hace en nuestra charca. ¿Sabes cómo puedo encontrarlas?
El mar dejó que algunas olas se rompieran en la arena y luego murmuró pensativo.
– La única manera que se me ocurre de que las encuentres es sumergirte en mis aguas y esperar a que el cielo te absorba.- Y al ver la cara de asombro de Ritita soltó una carcajada y exclamó – Así es como se crean las nubes, amiga rana, ¿o qué creías? Pero vamos a lo importante ¿sabes nadar?
Claro que la rana Ritita sabía nadar, pero el mar, tan profundo y salado, era tan diferente a la charca que le dio miedo. ¡Menos mal que en su maleta de rayas tenía justo lo que necesitaba! Un paraguas que había traído con la esperanza de poder utilizarlo cuando encontrara la lluvia. Así que la rana Ritita utilizó el paraguas como barco y se adentró en el mar. Y esperó a ser absorbida por el cielo. Pero el viaje había sido tan agotador y estaba tan cansada que sin darse cuenta se quedó dormida.
Cuando se despertó ya no estaba flotando sobre su paraguas, sino sobre una superficie húmeda y esponjosa: ¡una nube!
– Buenos días, querida nube. ¡Por fin te encuentro! Estoy buscando a la lluvia porque se ha olvidado de mi charca y la pobre se está secando.
La nube se sorprendió de tener dentro una rana. ¡Una rana! Ella estaba acostumbrada a llevar pequeñas gotas de agua, no ranas parlantes.
– ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¡Una rana dentro de una nube! ¡Increíble!
Ritita le contó toda su aventura desde que había salido de su charca y la nube se compadeció de ella.
– Tenemos que hacer algo. Pero aunque soy una nube, no puedo llevar mis gotas de agua a tu charca a menos que nos lo diga la lluvia. Tendremos que hablar con ella.
La nube le contó la historia a otras nubes, que se la contaron al cielo que tenía muy buena relación con la lluvia y podía visitarla siempre que quisiera. Así que el cielo habló con la lluvia y le contó la historia de la rana Ritita.
– ¡Menudo viaje solo para encontrarme! ¡Vaya rana más valiente!
Así que la lluvia, que era buena aunque un poco despistada, por eso a veces se le olvidaba hacer su función en algunos lugares, decidió ayudar a Ritita.
– ¡Esto no puede ser! Ordeno inmediatamente que esa nube salga pitando hacia la charca de nuestra amiga.
Y así fue. La nube comenzó a sobrevolar el cielo y al ratito llegaron a la charca.
– Es el momento, Ritita. Prepárate, porque además de gotas de lluvia, también caerás tú.
El cielo se volvió oscuro, el sol se retiró a descansar (¡por fin!) y comenzó a llover con fuerza sobre la charca. Todos los animales que aún quedaban allí, abandonaron sus escondites para salir a disfrutar de aquel momento. ¡Estaba lloviendo!
Y entre las gotas de lluvia, de repente, vieron aparecer a la rana Ritita con su maleta a rayas y comprendieron que, tal y como había prometido, había traído la lluvia. ¡Lo había conseguido!
Desde entonces la despistada lluvia nunca más volvió a olvidarse de aquella charca y la rana Ritita guardó su maleta a rayas y nunca más tuvo que usarla. ¿A dónde se iba a marchar pudiendo quedarse en el lugar más maravilloso del mundo?





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